Es esencial que prime armonía y convivencia en el devenir social; también es cierto que para asegurar su vigencia necesitamos conciliar una diversidad de intereses, valores y necesidades materiales y psicológicas. Es dificil vivir en armonía y buena convivencia en un mundo de agudos contrastes, como cuando la pobreza y la indigencia coexisten al lado de la opulencia y el consumo superfluo; es injusto, doloroso, irritativo. Es también dificil lograr armonía y buena convivencia cuando se sufre la agresión de la corrupción, la inseguridad, la destrucción del medio ambiente, el tráfico de personas, el narcotráfico, mafias vinculadas a veces con la política o las propias fuerzas de seguridad. Y, sin embargo, aunque suene paradojal, necesitamos de la armonía y la buena convivencia para movilizar voluntades, esfuerzos de conjunto, capaces de enfrentar esos mismos males.
¿Cómo encarar esta tensión? ¿Cómo preservar la armonía y la convivencia social sin convalidar la injusticia, el delito, la grosera desigualdad? ¿Cómo practicar la armonía y la convivencia sin caer en la complicidad de tolerar o sustentar agravios que terminan comprometiéndola? No es sencillo encarar esta cuestión pero no hacerlo es peligroso y destructivo.
Vivir en armonía y buena convivencia implica haber logrado desarrollar cierta madurez personal y societal. Requiere haber recibido una educación, practicado una experiencia de vida, que reconozcan a la armonía y la convivencia como un valor preciado, que es promovido y enaltecido como tal por el conjunto social y defendido vigorosamente cuando es afectado. En esto juegan un rol fundamental los formadores de valores, sean los padres de niños y adolescentes, maestros, intelectuales, líderes políticos, religiosos, sindicales, de movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil, el mundo corporativo y los medios de comunicación social.
Esta primacía de la armonía y la buena convivencia se sustenta también en la vigencia de condiciones sociales y económicas justas. Sin ellas, el anhelo de vivir en armonía y convivencia puede ser utilizado para preservar dolorosas situaciones de injusticia y de profundo desamor. Es que la armonía y la buena convivencia no implican tolerar la injusticia ni ignorar cambios sociales a los que es necesario promover y dar paso; por el contrario, para preservar la armonia y la buena convivencia social debemos encarar con coraje y franqueza aquello que genera desunión, que agudiza los antagonismos, que promueve violencia física o moral, como son, entre otras causales, las situaciones de desigualdad, de pobreza y de indigencia.
La riqueza groseramente concentrada en pocas manos es un agravio para los muchos que la contemplan desde la otra vereda. Debiera en cambio ser movilizada para generar oportunidades para quienes sepan y quieran emprender iniciativas económicas, sociales o culturales, iniciativas que desarrollen conocimiento y generen nueva riqueza en la base de la pirámide social, que alienten a los rezagados y cuiden de los desprotegidos. Los privilegios derivados del poder político o social también constituyen agravios. La armonía y la buena convivencia necesita reparar, contener, tender puentes, asegurar inclusividad, cicatrizar heridas, extender la mano. Al construír un país para todos potenciamos una enorme energía social que está hoy torpemente desaprovechada y nos relacionamos en mejores términos con los demás, con nuestras comunidades y también con el medio ambiente que nos sostiene.
Una familia sumergida en la indigencia, agredida por el medio, olvidada por el resto de la sociedad de la que es parte y a la que no puede influir, que está atenazada por la desesperanza, rodeada del egoismo y la mezquindad de quienes podrían ayudar a reparar su situación y no lo hacen, debe realizar un enorme esfuerzo de generosidad para practicar armonía y buena convivencia con los demás.
Individuos afluentes que se desinteresasen por el bienestar del conjunto, que actuasen en su exclusivo interés, que acumulasen desenfrenadamente satisfactores materiales más allá de los requeridos para sostener una vida digna, que causasen concientemente sufrimientos escudándose en argucias que las leyes no saben o pueden eliminar, no tienen derecho a invocar ese supremo valor de la armonía y la buena convivencia social cuando que lo sabotean con su conducta.
¡Cómo pretender que los agredidos defiendan la armonía y la buena convivencia sin ver una luz al final del tunel! Con toda razón pensarán ¿armonía y buena convivencia para qué?; ¿para mantener el oprobio en el que mi familia está sumida?; ¿para reproducir la pobreza, la indignidad de mi situación?
¡Y cómo no desconfiar de los egoistas que claman armonía y buena convivencia para asegurarse condiciones que les permitan perpetuar su accionar! Desean ese tipo de armonía y convivencia pero aquella otra que conlleva equidad, justicia, solidaridad, fraternidad, que promueve con prudencia cambios para viabilizar paz y bienestar para todos, esa la miran con desconfianza porque temen que termine desbaratando los privilegios de los que gozan; aunque este sea un temor infundado porque una transformación para todos puede hacerse también sin severos traumatismos; aunque la historia demuestre con mil ejemplos que lo que no cambia gradualmente con los tiempos lo único que logra es incubar tormentas y descontentos que hacen aún más riesgosa la trayectoria del privilegio.
Digamoslo con claridad: la mayor parte de nuestros pueblos está por vivir en armonía y buena convivencia; pero toca trabajar y estar alertas para asegurar sustentabilidad a esa actitud. No cabe dejar que la mezquindad, el egoismo o la negligencia puedan llegar a esterilizar tamaño capital social. Sería un gravísimo error dar por dado lo que ha llevado años construir. En un momento de ceguera podemos perder o comprometer seriamente la armonia y la buena convivencia social; es arduo recuperarlas.
El desafío de siempre, aquel ya mencionado que se renueva una y mil veces con formas y modalidades que cambian con las circunstancias, es conciliar, alinear con habilidad, con inteligencia, con ánimo generoso, a una enorme diversidad de intereses, de valores y de necesidades materiales y psicológicas que tenemos todos quienes conformamos nuestro vecindario, nuestro país, nuestra región, nuestro mundo. En ese esfuerzo de concertar, canalizar, catalizar energías, la armonía y la buena convivencia social son, al mismo tiempo, resultado de ese proceso y condición necesaria para su pleno desarrollo. Ver esto con claridad ayuda a construir un mejor presente; ignorarlo condena a invertir demasiada energía en pugnas y luchas intestinas de las que nos resulta muy dificil salir.
Roberto Sansón Mizrahi
Mayo de 2008
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