Un país para todos

Mezquindad frente a la crisis septiembre 18, 2009

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monos

En una crisis se pone a prueba no sólo el temple, la resiliencia, la capacidad de cada quien para sobreponerse a la adversidad, sino también nuestros valores, el espíritu gregario y la solidaridad con los demás. Con la crisis hay una mayoría que pierde y una minoría que gana porque puede y sabe aprovechar las circunstancias que la propia crisis genera. Entre los que pierden predominan sectores medios y pobres, aunque no todos sufren por igual. Crece la indigencia, la desnutrición, el hacinamiento, la inseguridad; caen redes de contención, la escolaridad. Aparecen “nuevos pobres”, sectores medios que se deslizan hacia la escasez. Grandes mayorías se sienten ignoradas, castigadas, por una sociedad crispada y atemorizada. Frente a ello, ¿cómo reaccionan los sectores menos afectados por la crisis? Algunos con mezquindad, otros dignamente. Están los que lucran con la crisis a expensas del dolor ajeno; también los que sólo pugnan por su propia salvación pisoteando a quienes haya que pisotear para salir indemne; otros protegen lo suyo pero procuran también ayudar a los más afectados; aún en la crisis trabajan por un desarrollo con justicia. Los que lucran con el dolor ajeno se aprovechan sin remordimiento de la debilidad de los otros para apropiarse de sus activos u obtener mayores resultados. La mezquindad está con ellos y los afectados son tan sólo presas. No cabe en su ánimo ayudar; desde su perspectiva ética, ¿porqué habrían de hacerlo? Hay personas afluentes que en épocas de bonanza desarrollan acciones filantrópicas pero frente a una crisis eliminan sus contribuciones a proyectos sociales o causas justas que pasan a ser su primera variable de ajuste. Expresan así el poco valor que le asignan y la frágil lealtad que profesan a esas causas que en época de abundancia alardeaban de sostener. Lo doloroso es que, a pesar de la crisis, su nivel de vida no cambia drástica sino marginalmente; ajustan sus gastos pero no desaparece su esparcimiento, sus viajes, segundas residencias, membresías, el consumo superfluo.

Roberto Sansón Mizrahi
©  copyright Opinión Sur, 2009
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G-20: ¿restauración o transformación? septiembre 17, 2009

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La declaración del G-20 señala que “el único cimiento sólido para una globalización sostenible y una prosperidad creciente es una economía basada en los principios de mercado, en una regulación eficaz y en instituciones globales fuertes”. La crisis demostró que el mercado es un formidable asignador de recursos mientras la dinámica socioeconómica no lleve a la concentración de los ingresos, el ahorro y la inversión, o hacia la destrucción del medio ambiente. Un buen mercado es capaz de resolver muchas cosas pero no aquello que lo sobrecondiciona; esto requiere decisiones políticas, que es lo que tuvo que encarar el G-20.

La definición del rumbo sistémico va más allá de ejercer una regulación eficaz y de establecer instituciones globales fuertes, siendo estos dos factores de suma importancia. Si logramos fijar un buen rumbo sistémico, entonces sí, es imperioso contar con una regulación eficaz y con instituciones globales sólidas de modo de asegurar que ese rumbo sea respetado y que la forma sistémica de funcionar sea efectiva. Si, en cambio, el rumbo sistémico terminase siendo un desarrollo sin justicia y no sustentable, entonces de qué valdrían regulaciones o instituciones fuertes, a menos que las usásemos para custodiar aquel desafortunado rumbo que es justamente el que nos condujo a la crisis.

La declaración del G-20 compromete a sus miembros a “hacer lo necesario para restablecer la confianza, el crecimiento y el empleo, reparar el sistema financiero para restaurar el crédito, reforzar la regulación financiera para reconstruir la confianza …” (destacados nuestros). Los verbos utilizados implican que hubo algo que funcionaba bien y ahora se requiere restablecerlo, repararlo, restaurarlo, reforzarlo, reconstruirlo; no trasunta que necesitamos encarar una transformación de nuestra forma de funcionar superadora de lo que existía. Sin embargo, más adelante se explicita que el esfuerzo tenderá a “construir una recuperación inclusiva, ecológica y sostenible”.

Se percibe así una tensión entre dos perspectivas, una restauradora, otra transformadora. Lo cual no sorprende porque lo nuevo se construye con lo existente, sin arrasar sino transformando instituciones e instrumentos. Es una tensión de resultado incierto ya que la tendencia de lo existente es procurar reproducirse mientras que una transformación exige utilizar lo existente para producir los cambios.

Roberto Sansón Mizrahi
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Salir bien de la crisis septiembre 16, 2009

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Salir de la crisis hacia un desarrollo sustentable no es un hecho tecnocrático sino un proceso esencialmente social, político… e individual. Es que hay varias formas de salir de una crisis y cada una implica poner en vigencia diferentes relaciones entre personas de una comunidad, de un país, de la aldea global.

Es un hecho que el poder decisional no está distribuído por igual sino que algunos detentan más capacidad que otros para incidir en la toma de decisiones estratégicas. Esas asimetrías se asientan en diferencias económicas y de participación política, en el control de medios de comunicación y en procesos de alienación de conciencias. De ahí que para profundizar nuestras imperfectas democracias haya que abatir la desigualdad y la pobreza, promover la participación política, democratizar la comunicación y encarar la alienación que desvía nuestra voluntad de los objetivos de significación y desarrollo. La direccionalidad social se consagra a nivel político pero se sostiene con actitudes y valores que germinan en la conciencia individual y colectiva.

Toca convencernos que es posible ensayar algo distinto a lo existente, que no hay sociedad inmutable sino que todas evolucionan con las circunstancias de su tiempo, que el pensamiento estratégico es crítico y, más crítica aún, nuestra cotidianeidad que materializa lo que somos y aspiramos.

No vale premiar el egoísmo como si fuera el único motor posible del desarrollo de los pueblos. Por centurias primó el criterio de cuidar sólo el propio ser pero en un mundo globalizado eso puede resultar fatal. Hoy sigue siendo legitimo y plausible el esfuerzo individual que procura su propio bienestar, aunque no afectando sino contribuyendo al bienestar de los demás y a la seguridad del planeta.

El nuevo rumbo exige adoptar un consistente conjunto de políticas macroeconómicas, de prácticas mesoeconómicas y de medidas de apoyo a la base de la pirámide social.  Ese sendero implica conocimiento, coraje, determinación y lleva a fortalecer valores de responsabilidad social y ambiental, sustento en última instancia de una sociedad más promisoria.

Imagen: Comunidad de facebook de
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Roberto Sansón Mizrahi
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