Hasta hace unas pocas décadas, los dueños de nuestros países aseguraban la reproducción de sus privilegios a través de golpes cívico-militares. Algunos efectos de esas dictaduras fueron cediendo con las restauraciones democráticas pero otros más perversos aún perduran. Es el miedo azuzado por políticos y la mayoría de los medios de comunicación, el egoísmo de cada quien para sí, la codicia sin fin, la indiferencia para los dejados atrás (cada vez más). Sus políticas económicas agigantaron como nunca la concentración de la riqueza y dejaron y siguen dejando un enorme tendal de víctimas.
Hoy la brutalidad pasó a manos de bien vestidos operadores. En lugar de fuerza bruta, toca enfrentar el poder de imponer (precios, valores, decisiones, lo que fuere necesario), el poder de volcar la opinión pública en contra de sus propios intereses, el poder de colonizar nuestras mentes con falacias, espejitos de colores y llamativos collares; el poder de desestabilizar gobiernos de base popular que amenacen sus privilegios. El lucro es el indicador del éxito, no servir a nuestras comunidades.
Actúan con la hipocresía de quienes no creen en lo que predican, mienten mirándote a los ojos, ocultan lo que están causando, suman la indignidad de promesas fatuas sobre la necesidad de sufrir (los más, los menos nunca) mientras consolidan su impronta porque habrá allá lejos un paraíso inventado que sólo ellos avizoran al final del recorrido.
Para sostener esa perversidad se deben silenciar voces o dejarlas hablar donde nadie escucha; es imprescindible reprimir el disentimiento, banalizar la cultura, promover diálogos impostados con acólitos, oportunistas, adulones y algunos despistados.
Es crucial comprender los procesos que se están desarrollando y esclarecernos para poder precisar el nuevo rumbo por el que vale la pena trabajar. No sirve quedarnos en el lamento ni vociferar y sólo resistir sino pensar lo nuevo a construir. Se impone aprender de aciertos y errores, propios y ajenos; rearmar coaliciones; respetar plenamente la diversidad para enriquecer con ella la marcha y las propuestas; integrarnos a una amplia movilización (sin globos e intrascendencias) en torno a políticas públicas y valores que ayuden a transformar países para pocos en países para todos.
¿Guardia baja? De ninguna manera; no hay espacio ni tiempo para condescendencia alguna; nos anima el desafío.
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